Patricio
Valdés Marín
Hace alrededor de quinientos millones de años atrás, durante la explosión
cámbrica, poco después de la aparición
de los seres pluricelulares, surgió la cefalización animal, es decir, el
comienzo del sistema nervioso central o cerebro. Como complemento, también
surgió probablemente el instinto de dominio. Un instinto es una apetencia animal
e irracional. Dicho instinto fue una respuesta evolutivamente ventajosa hacia
el ambiente para controlar los espacios de cobijo, alimentación, protección y
defensa. Mediante este instinto, un animal va registrando en su memoria los
lugares que mejor le van sirviendo y satisfaciendo sus instintos de
supervivencia y reproducción, y persigue radicarse allí para ejercer una
existencia de rutinas. Éstas le hacen la vida más fácil y segura, en vez de
estar ensayando para cada vez comprobar que consigue salir adelante, ya que el
continuo ensayo y error aumenta cuantivamente la posibilidad de no lograrlo y
morir en el intento.
En los seres humanos el instinto de dominio se desbocó
cuando adquirieron las facultades del pensamiento lógico y abstracto. Ellos
comenzaron a estar conscientes de su acción intencional sobre el medio y cómo
transformarlo en su propio beneficio, a distinguir entre dominio colectivo y
dominio individual y sobre todo a proyectarse al futuro. De este modo, el
concepto “dominio”, ya en un plano moral, pasó a significar: potestad, imperio,
propiedad, autoridad, poderío, influencia, conquista, apropiación, ascendencia,
dominación, violación, riqueza, fama y gloria. Además, los humanos son los
únicos seres biológicos que tienen conciencia de la muerte, que viene siendo la
nada y la absoluta negación del instinto de supervivencia. “Polvo eres y en
polvo de convertirás” (Gen. 3:19) resume el destino del individuo humano pero
niega la creencia en la resurrección de los muertos. Ejercer el instinto de
dominio ha llegado a ser una forma de superar de alguna manera la muerte y prolongarse
en el tiempo. Innumerables evasivas de la dura realidad se han usado, desde
construir colosales pirámides hasta métodos criogénicos, pasando por la
creencia de la transmigración de las almas y siendo el más recurrido la
prolongación a través de los hijos, y tal vez la de escribir un libro o plantar
un árbol.
Los más famosos del psicoanálisis han tratado el instinto
de dominio de manera si acaso tangencial. Sigmund Freud no lo reconoció, Karl
Jung no lo incluyó en sus arquetipos, aunque reconoció el símbolo de poder y
los esfuerzos para alcanzarlo, cuya preeminencia es para él del varón. Alfred
Adler describió la reacción frustrada que tenemos cuando nuestras necesidades
básicas, como la necesidad de comer o ser amados, no son satisfechas con frases
como "impulso de agresión". La psicología ni menciona este instinto.
En cambio, la etología, que es el estudio del
comportamiento animal, no diserta directamente de instinto de dominio, pero lo
entiende cuando habla de dominación se ocupa del instinto de dominación, aunque
no lo expresen de dicha manera. Para ella, el dominio es el acceso preferencial
de un individuo sobre otro a los recursos. De este modo, el dominio es el
estado de tener un estatus social alto en relación con uno o más individuos,
que reaccionan sumisamente a los individuos dominantes, lo que permite que el
individuo dominante obtenga acceso a recursos tales como alimentos, territorios
o parejas potenciales a expensas del individuo sumiso, sin recurrir a
agresiones activas. La ausencia o reducción de la agresión significa que el
gasto energético innecesario y el riesgo de lesiones se reducen para ambos
potenciales adversarios.
El dominio puede ser una relación entre dos individuos,
terminando uno dominante y otro sumiso, o puede ser jerárquica, en la que
siempre en su grupo termina dominando uno y ejerciendo control sobre los demás.
El dominante domina por peleas y amenazas y el dominado se somete. Entonces la
intensidad de la agresión disminuye. La función última de una jerarquía de
dominación es aumentar la aptitud del grupo, ya que luchar por adquirir
recursos como alimentos y parejas es costoso en tiempo, energía y riesgo de
lesiones. En la naturaleza las jerarquías de dominación no se encuentran en
grupos de gran tamaño.
El instinto de dominio se acentúa y especifica con la
testosterona que surgió como ventaja evolutiva. Ésta es la hormona sexual masculina que es segregada
especialmente en los testículos, pero también, y en menor cantidad, en el
ovario y en la corteza suprarrenal, y tiene efectos morfológicos, metabólicos y
psíquicos. También es un esteroide anabólico. Sus efectos androgénicos
prenatales ocurren entre cuatro y seis semanas de gestación. En promedio, la
concentración de testosterona en el plasma sanguíneo en un adulto humano
masculino es diez veces mayor que la concentración en el plasma de adultas
humanas femeninas. La atención, la memoria y la capacidad espacial son
funciones cognitivas clave afectadas por la testosterona en los seres humanos.
La correlación positiva entre niveles de testosterona y
la agresividad en humanos ha sido demostrada en muchos estudios. Éstos han
encontrado una correlación directa entre la testosterona y la dominación,
especialmente entre los criminales más violentos de la prisión que tenían los
niveles más altos de testosterona. También han encontrado que la testosterona
está asociada con rasgos de personalidad relacionados con la criminalidad, como
el comportamiento antisocial y el alcoholismo. Asimismo, que la testosterona
facilita la agresión mediante la modulación de los receptores de vasopresina en
el hipotálamo. La testosterona está significativamente correlacionada con el
comportamiento competitivo. Se cree que ésta mejora las habilidades del
individuo para adquirir los recursos para sobrevivir, atraer y copular con sus
parejas tanto como sea posible y que las mujeres tienden a encontrarlas
atractivas. Se teoriza que la testosterona y otros andrógenos han evolucionado
para masculinizar el cerebro y hacer a los individuos más competitivo incluso
hasta el punto de arriesgar daños a ellos mismos y a los demás. También se
puede teorizar que la mayoría de los jefes de estado tienen altos niveles de
testosterona, a juzgar por sus ambiciones, crueldad y búsqueda de mujeres.
Sin embargo, si niveles altos de testosterona generan dominación,
agresividad y acoso sexual, se ha descubierto recientemente, midiendo la testosterona
en los restos óseos de los seres humanos, que niveles bajos en los hombres pero
altos en las mujeres permite la creación artística, la innovación tecnológica en
el avance de utensilios y herramientas, además de una manera más intrincada de
cosechar alimentos. Adicionalmente, se produce un temperamento más cooperativo,
menos hostil y dispuestos a socializar con otros en grupos más grandes, lo que posibilita
el progreso en la civilización y la cultura. La primitiva humanidad pudo haber
sido reprimida por el adverso medio como para producir o crear arte, ya que sus
niveles de testosterona eran muy altos. En Europa esta situación comenzó a
cambiar con las pinturas e imágenes de arte visual en cavernas descubiertas
cerca de Málaga, España, de hace unos 42.000 años atrás.
En la larga fase tribal de la evolución de la humanidad
el instinto de dominio destacó a los hombres en la supervivencia práctica de
proveer lo sustancial de la alimentación a través de la caza y la pesca,
mientras las mujeres estaban atadas a la pesada función de la crianza de la
prole, sobre todo cuando los cada vez más prolongadamente desvalidos hijos
requerían una creciente y más extendida atención y dedicación, y a convivir
continuamente con las otras mujeres de la tribu. Además de un incremento en el
tamaño y la musculatura de los hombres demandado por su actividad cazadora, las
decenas de miles de años de esta fase acentuaron el dimorfismo sexual, no sólo
en musculatura, sino especialmente en la psicología humana. Los estudios
actuales muestran que los hombres y las mujeres piensan de modo diferente: los
hombres tienen más conciencia espacial y las mujeres procesan mejor la
información social; los hombres adoptan un enfoque de su entorno más basado en
hechos, a menudo buscando amenazas y desafíos, y las mujeres tienden a adoptar
un enfoque más intuitivo porque perciben a las personas y los eventos más
profundamente y con mayor capacidad de memoria; los hombres tienden a converger
en su pensamiento, definen y aclaran el problema y comienzan por eliminar y
aislar los problemas, y las mujeres a menudo definen el problema en términos
más amplios y examinan una gama más amplia de factores potenciales antes de entrar
en el modo de solución; es por eso que los hombres quieren zambullirse en la
solución de los problemas y las mujeres quieren hablar de éstos; los hombres
gravitan hacia los hechos y la lógica y las mujeres están orientadas hacia la
intuición y la emoción.
Probablemente uno de los muchos logros de las mujeres fue la
revolución agrícola pastoril que inauguró la siguiente fase de la humanidad, el neolìtico,
hace unos diez mil años atrás, y fue precisamente la selección y cultivo de las
semillas que solían recolectar y la domesticación de animales de granja.
Nuevamente, los hombres, que dejaron de ocuparse de la caza pero más fornidos,
atendieron las tareas más arduas del cultivo y la ganadería, mientras las
mujeres, ocupadas como siempre en la crianza de niños, suplementaban estas
tareas. Los hombres seguían dominando a sus mujeres. Mucho tiempo después, a
pesar de la revolución industrial, esta situación de sometimiento doméstico ha
podido persistir hasta hace recientemente, cuando en los procesos de producción
se remplazaron los músculos por motores y los capitalistas promovieron el
trabajo femenino como una manera de disminuir costos en remuneraciones y
aumentar el mercado para sus productos. Las mujeres pudieron desempeñar los
mismos trabajos de los hombres y, lo positivo, han podido independizarse del sometimiento
masculino.
El instinto de dominio actúa potentemente en la economía.
Ésta es una actividad humana de esfuerzo y aplicación
de técnicas y tecnologías que nos provee con bienes que permiten
satisfacer las múltiples necesidades materiales humanas. Ella extrae recursos naturales, los transforma produciendo bienes y
servicios que satisfacen nuestras múltiples necesidades vitales y asegura que serán satisfechas incluso en el futuro. Esta actividad requiere
trabajo, el que requiere esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, pero que se debe
necesariamente efectuar, pues “quien no trabaja, no come”, según dice el adagio
paulino.
Sin embargo, habría que
ser terriblemente ingenuo si supusiéramos que la economía tratara simplemente
de la organización colectiva destinada a la satisfacción de las necesidades
materiales de los seres humanos. Ella no es de ninguna
manera una actividad desinteresada, sino que trata de dominio y propiedad de
los factores de la producción con la finalidad de obtener ganancias. Puesto que
el propietario está más interesado en sus utilidades, impone una rigurosa carga y disciplina al trabajador por la menor
remuneración posible. La economía se funda en un supuesto derecho
inalienable sobre la propiedad privada, pero que en la realidad es resguardado
por el estado de derecho afianzado por policías y militares a su servicio, y la política del estado está dominada por los individuos
y grupos más poderosos, normalmente los más ricos, siendo la democracia una
mera ficción.
La propiedad privada no es más que apropiación de la acumulación de trabajo
ajeno y privilegios que su propietario invierte para obtener rentas, intereses,
utilidades o beneficios. En el origen de las
guerras y los peores sufrimientos humanos está la economía y los siete pecados
capitales según el papa Gregorio Magno (540-604): lujuria, ira, soberbia,
envidia, avaricia/codicia, pereza y gula, que la conducen.
En la política el instinto de dominio está perfectamente
descrito en el pensamiento del florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527), quien,
por su obra El príncipe, 1532, ha
tenido una enorme influencia en la forma de hacer política. Para él la política
es un asunto de “razón de estado” y nada tiene que ver con la moral, la ética o
la religión. Parte de la idea de que el ser humano es por naturaleza perverso y
egoísta, sólo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder sobre los
demás; sólo un estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin escrúpulos
morales, puede garantizar la paz y el orden que frene la violencia humana. El
príncipe debe tener la capacidad de manipular situaciones, ayudándose de
cuantos medios precise mientras consiga sus fines, pues lo que vale es el
resultado. Tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es necesario, a la
crueldad. Los medios no importan, no es necesaria la moral. Política y moral
son dos ámbitos distintos y contradictorios. No debe tener virtudes, solo aparentarlas.
Para conservar su Estado él se ve a menudo obligado a actuar contra la fe, la
caridad, la humanidad, la religión. Dicha obra tuvo gran influencia, incluso
fue traducida y comentada por Napoleón.
Como contrapunto, desde las polis griegas muchos han
intentado proponer caminos más justos y pacíficos como la liberación del
instinto irracional de dominio en materias económicas y políticas, como La ciudad de Dios de Agustín de Hipona, Utopía de Tomás Moro, las misiones
jesuíticas del Paraguay, la libertad-igualdad-fraternidad de la Revolución
francesa, la sociedad sin clases sociales de Karl Marx, el Estado centrado en
la defensa de los derechos humanos y el bien común.
Sin embargo, no es necesario leer El príncipe para detectar a lo largo de la historia humana, “los
tiempos” en el lenguaje apocalíptico, el instinto de dominio en el ejercicio de
la política. Ello es patente en los intentos de dominación global, o al menos
del propio mundo conocido, las potencias o sus ambiciosos caudillos han
pretendido realizarla a través del ejército (Imperio romano), del arco
compuesto (Atila), de la religión (musulmanes, incas), de hordas (Gengis Kan),
del dominio de los mares (el Reino Unido), de la raza superior (Hitler), del aire
(Imperio japonés), del sionismo (Israel), de las corporaciones internacionales
(EE.UU.), de la producción masiva (China), del petróleo (EE.UU.), de sanciones
(EE.UU.). El mismo Maquiavelo habría criticado cada intento de dominación por
haber terminado fracasando. Probablemente no hay forma de tener éxito en este
tipo de empresa.
Acerca de este problema del dominio, hace más de dos mil
años, en el Fedón de Platón Sócrates afirmaba: “que el verdadero hombre es
aquel que sabe dominar sus instintos, el verdadero hombre esclavo es el que no
sabe dominar sus instintos y llega a ser víctima de los mismos”. Efectivamente,
él ya no apelaba al instinto para dominar al instinto, sino a la voluntad, que
es el dominio de la razón. La acción intencional, que depende de la razón, debe
someter la acción instintiva según parámetros morales. El Evangelio enseña que cada
persona debe velar por amar al prójimo, ser justa y ser respetuosa. Amor es dar
al otro lo que necesita según lo que uno puede sin afectar sus responsabilidades.
La justicia es dar al otro lo que uno le debe o adeuda. El respeto es
considerarse a sí mismo en igual condición que el otro. Pero es una
imposibilidad demandar a la generalidad de los seres humanos que sean morales
en sus acciones en vista que muchos son dominados por sus instintos, debiendo contentarnos
a vivir en un mundo lleno de injusticias y maldades. Al
fin y al cabo, los humanos no somos más que animales con algo de racionalidad,
o ¿podría ser de otra manera?